Cuando Gaetano Sallustro y Anna D’Amato dejaron su casa del barrio Chiaia de Nápoles, ciertamente no imaginaban que su hijo Attila volvería a su ciudad natal para ser un emblema de su equipo de fútbol y vestir la maglia azzurra de la selección italiana.
Los Sallustro D’Amato de Nápoles a Asunción
Era el lejano 1899 cuando Gaetano Sallustro y Anna D’Amato dejaron Napoli dirigidos a Asunción. Llegaron a la capital paraguaya en el otoño de ese año, remontando el río desde Buenos Aires. Los había convencido el doctor David Lofruscio “un prometedor médico paraguayo que había estudiado en Italia y que había sido uno de los fundadores de la Facultad de Medicina”. Lo cuenta Marco Ferrari, escritor y periodista italiano especializado en emigración.
Los Sallustro se afincaron en una zona donde pululaban los tanos. Por la calle Estrella y 15 de agosto estaba la farmacia de don Gaetano. Cerquita, “por 14 de Mayo, se encontraba la frutería de Vicente Crispi y, en la calle Alberdi, la peluquería de Canio Laguardia”. Cada sábado, los italianos se reunían en un bar de la calle Estrella para jugar a las cartas.
Tentado por el fútbol
“Allí creció Attila Sallustro, el primer jugador del Napoli en vestir la maglia azzurra”. Sucedió así: “Como se usaba en la burguesía y pequeña burguesía inmigrante, también los Sallustro enviaron a sus 9 hijos a estudiar en Italia”, explica el escritor. Gaetano y Anna “iban todos los años a su patria” para visitarlos y “verificar el andamiento de los estudios de la prole”. “Oreste y Oberdan” -que le seguían en edad a Attila, el cuarto de la “tribu”- “se apuntaron en la universidad y se recibieron de ingenieros. Attila, fue tentado por el fútbol, que ya practicaba en Paraguay”. Dejó los estudios y, mientras jugaba en el Villa Comunale, un cazatalentos lo invitó a fichar para el Internazionale, uno de los dos equipos principales de Nápoles. Después de la fusión de ese club con el del Nápoles, “a los 17 años, Attila se convirtió en el centravanti de la nueva entidad, el Internaples. Y cuando nació el Napoli, en 1926, éste llamó a Sallustro como titular.
En la Nazionale
Sallustro fue convocado en la Nazionale maggiore por Vittorio Pozzo, pero disputó tan solo dos compromisos. Es que coincidió con el momento de mayor auge de Giuseppe Meazza (sí, el que da el nombre al estadio del barrio San Siro de Milán). El delantero del Inter (que en esa época se llamaba Ambrosiana porque el fascismo prohibía cualquier referencia a la internacionalidad…) siempre tuvo los favores del seleccionador que llevó a Italia al bicampeonato del Mundo (1934 y 1938). Al menos, en los choques entre Napoli e Inter, más de una vez Sallustro pudo desquitarse. El debut del paraguayo con los azzurri fue el 1 de diciembre de 1929 en un partido contra Portugal disputado en la ciudad de Milán. Italia ganó 6 a 1 y el delantero napolitano marcó uno de los goles.
Sallustro amateur y profesional
Fue, en cambio, capitán de la selección que compitió en las Olimpiadas de Amsterdam 1928. La actividad olímpica era reservada a los no profesionales. Pocos eran los deportistas que cobraban en esa época. Pero él, como futbolista “estrella”, hubiera podido. Solo que “su padre le impuso a jugar gratis, porque consideraba inconveniente obtener ventajas económicas de las actividades deportivas”, menciona Marco Ferrari. Solo a partir de 1932 aceptó un sueldo de 900 liras por mes. Que subió a 3.000 cuando se convirtió en capitán.
Por su trayectoria, “Sallustro quedó como una bandera del club, que llegó a entrenar en la temporada 1961” y al que permaneció vinculado durante 20 años, mientras fue director del Estadio San Paolo.
Excentricidades de un divo
“Alto y robusto, de figura apolínea, cabello rubio y rizado, de porte noble”, así lo describe Ferrari. “La gente lo seguía como a un divo por las calles de Nápoles”. Lo habían apodado Veltro (“galgo”) por su velocidad y sus piques. Después de un memorable 5-0 en casa del Modena, el presidente Ascarelli regaló al capitán un automóvil Balilla 521. Conduciéndola, Sallustro embistió un transeúnte… Éste, al reconocerlo, se incorporó enseguida y le dijo sin ironía: “Mil disculpas, fue mi culpa, usted puede hacer lo que quiere”. El ítalo-paraguayo fue también patriota. Al menos, según el concepto nacionalista del régimen de esos años… “Donó todos los regalos en oro que había recibido -20 kg- para la guerra de conquista en África. A cambio “recibió el título de Caballero del Reino”. Fue el primer ídolo de la afición local. A la par de otro grande -Maradona- fue también una estrella de las noches napolitanas.
Finalmente se casó con la bellísima bailarina, cantante (y, más tarde, actriz) ruso-británica, Elena Johnson, nombre artístico: Lucy D’Albert. “Se cuenta que, para conquistarla, el centravanti enviaba a su camerino cestas de flores que competían con los que le mandaba el rey Umberto, íntimo ‘amigo’ de la cantante, según las voces populares”.
Marco Ferrari concluye su escrito así: “La última imagen de Attila lo retrae al centro del Estadio San Paolo, ya anciano, con la frente amplia, un elegante traje color beige y la mirada hacia la inmensidad de esa cuenca que había marcado su entera existencia”.